¿SOY UN HIJO DE DIOS? 1ª PARTE

¿SOY UN HIJO DE DIOS?

Creo que hay cosas que son difíciles de explicar con palabras. Por ejemplo, expliquémosle a alguien que nunca ha tenido la capacidad de escuchar cómo suena nuestra canción favorita; expliquémosle a una persona que nunca ha podido ver cómo lucen algunos colores o, expliquemos lo rico que se siente el probar tu comida favorita a aquel que no tiene tus mismos gustos culinarios.

Y, de una manera muy parecida, puede ser el desafío de explicar cómo es ser una persona que, por medio de la fe en Cristo, ha sido adoptado por Dios y se ha convertido ahora en un hijo de Dios (Gálatas 3:26)

Para poder entenderlo de una forma concreta, hay que experimentarlo de forma real y auténtica, y esto es lo particular del Evangelio bíblico. Si bien, el Evangelio contiene doctrinas que son robustas en teología, sabiduría, conocimiento e inteligencia, al mismo tiempo, el Evangelio es algo sentido, algo que transforma el interior de una persona, algo que cambia sus afectos y que hace que experimenten una vida increíblemente maravillosa.

Lo crítico de este asunto es que si yo no experimento nada de lo que experimenta un hijo de Dios, tal vez es que aún no lo soy, puedo estar autoengañado y estar bajo la condenación eterna que Dios ha anunciado que vendrá sobre todos aquellos que no son parte de Su pueblo.

Pero, lo bueno es que la Biblia nos afirma que cuando somos hijos de Dios recibimos el Espíritu Santo, quien nos permite tener una experiencia única que da testimonio a nuestro ser que somos hijos de Dios (Romanos 8:16) y que puede ser confirmada por la enseñanza de la Escritura.  

Mira como lo plantea Pablo en su carta a los Gálatas cuando dice:

“Y porque ustedes son hijos, Dios ha enviado el Espíritu de Su Hijo a nuestros corazones, clamando: «¡Abba! ¡Padre!»” (Gálatas 4:6, NBLA)

Hablemos entonces de la experiencia que trae Dios por medio del Espíritu Santo a los que son sus hijos, y en la medida en que avanzo, quisiera que te preguntaras si eso es algo que tú estás experimentando, y si eso es verdad en tu vida porque, te recuerdo, de esto depende tu eternidad.

El Espíritu de Su Hijo

Lo primero que debemos notar es lo siguiente: Dios envía el Espíritu de Su Hijo a nuestros corazones.

Esta es la clave que diferencia entre un incrédulo y un hijo de Dios. El Espíritu Santo, aunque no lo podemos ver (como dijo Jesús) viene a nuestras vidas y realiza una obra increíble. Nuestros corazones empiezan a sentir y a desear cosas que antes estaban ausentes.

  • Comenzamos a amar a otros genuinamente.
  • Comenzamos a sentir deseos de querer conocer más de Dios.
  • Comenzamos a sentir un pesar y dolor cuando pecamos.
  • Comenzamos a experimentar que la presencia de Dios es real aun cuando no la entendamos y confiar en Él incluso cuando es difícil.
  • Comenzamos a alejarnos del pecado que antes practicábamos, y luchamos contra nuestros malos deseos para no hacer lo que desagrada a Dios.

Sin embargo, las cosas que estoy a punto de mencionar son, creo yo, las más significativas y que tienen que ver con la adopción que recibimos cuando creemos verdaderamente en Cristo.

  1. Genuinamente, llamamos a Dios, Abba Padre.

Para los que han sido adoptados por Dios, el Espíritu Santo (Mira que es una obra que Él hace) nos impulsa, nos hace sentir, nos convence, nos muestra, nos da la seguridad de que Dios es nuestro Padre. Abba es una palabra aramea cuyo significado es para nosotros lo que sería querido padre.[1]  Los hijos de Dios se acercan a Dios con esa confianza, con esa familiaridad, con esa intimidad de que Dios no es un ser lejano y distante que vive más allá de las galaxias.

Ellos no ven a Dios como una persona amargada y cínica que está buscándoles la caída para mandarlos al infierno, o para traerles desgracias en la vida si se portan mal. ¡No!, nos acercamos a Él, sin ese miedo tan terrible. Una vez estuvimos en esa amenaza de ser enviados al infierno cuando andábamos en nuestros pecados sin Cristo, pero una vez hechos hijos de Dios, ya no tememos esto porque Cristo nos ha redimido.

Para los hijos de Dios, Él es su Padre amado, ¿Por qué?, porque Dios ha enviado el Espíritu de Su Hijo a ellos, y Cristo ha mantenido y siempre mantendrá esa relación con Dios. ¡Cristo llamaba a Dios Su Abba, Su Padre! Mira, por ejemplo, cuando estaba a punto de ir al Calvario en el jardín de Getsemaní lo que ocurría:

“Adelantándose un poco, se postró en tierra y oraba que si fuera posible, pasara de Él aquella hora. Y decía: «¡Abba, Padre! Para Ti todas las cosas son posibles; aparta de Mí esta copa, pero no sea lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieras».” (Marcos 14:35–36, NBLA)

Hemos recibido, por el Espíritu Santo, esa misma capacidad, familiaridad y cercanía con Dios que tenía Cristo con el Padre. Si quieres saber entonces si eres un hijo de Dios, pregúntate: ¿Creo, siento y veo a Dios como mi Padre?

  1. No solo llamamos a Dios Padre, sino que amamos al Padre.

El mismísimo término Abba lo deja implícito “querido padre”. Los que son hijos aman a Dios como Su Padre. Y esta es otra clara distinción entre los que están en el mundo y de los que son hijos de Dios. Si tú le preguntaras a la gente que vive en sus deleites y pecados por tu casa, ¿Tú amas a Dios? Estoy seguro de que vas a encontrar que algunos te dirán:

  • “Sí, claro. Dios ante todas las cosas”.

Pero esas son puras palabras huecas porque tú sabes que no quieren nada con Dios, sus vidas hablan claramente, que no les importa las cosas espirituales y solo lo dicen porque así suena decente.

  • Otras personas te dirán: “Yo no creo realmente en un Dios como tal”.

Y te van a dar su argumento ateo y hueco para no creer en Dios, por lo tanto, no lo aman.

  • Y otros más sinceros te dirán: “No, yo no lo amo”.

Y es la triste verdad, ellos no lo aman.

¿Saben cuál es el único grupo de personas dónde vas a encontrar gente que ama a Dios? En aquellos que han sido adoptados como hijos de Dios. Porque ellos han recibido el Espíritu del Hijo, de Cristo Jesús, ellos experimentan el amor del Hijo de Dios hacia Su Padre Celestial. ¡Un verdadero hijo de Dios ama a Dios!, y aunque muchas veces comete pecados, falla, resbala, y se siente tentado, Él ama a Dios, y lucha contra esos deseos, y batalla contra esos pecados, y pide ayuda para seguir perseverando.

El hijo de Dios en este mundo no es alguien glorificado, sin pecado. No está exento de ser engañado, en ocasiones, por el mundo y sus placeres, pero es alguien que ama a Dios genuinamente y se arrepiente cada vez que es necesario.

Un antiguo teólogo llamado Thomas Boston dijo una vez en su libro ¿Soy realmente un cristiano? Ocho dudas aclaradas lo siguiente:

¿Quieres entender tu estado espiritual? Mira en tu propio corazón y pon los dos amores en la balanza; mira cuál pesa más que el otro. Pregúntate a ti mismo a la vista de Dios, si te separarías de Cristo por causa de alguien o de algo en el mundo. Si contestas honestamente que, siguiendo sus órdenes, desecharías por Cristo lo que es más querido para ti en el mundo, entonces no tienes razón para pensar que amas más al mundo que a Dios. Por otro lado, si amas a alguien o algo en el mundo más que a Dios, entonces no eres un creyente.[2]

Si quieres saber entonces si eres un hijo de Dios, pregúntate:

¿Amo a Dios genuinamente? (No perfectamente, eso será para cuando seamos glorificados, pero ¿Hay amor por Dios en mi vida en realidad?)

Publicaremos una segunda parte de este blog para evitar que sea tan extensa su lectura, por lo pronto, medita en estas preguntas en oración e invita a otras personas maduras en la fe a que te ayuden a ver y confirmar si esto es cierto en ti o no.


[1] https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/abba-no-significa-papito/

[2] ¿Soy realmente un cristiano? 8 dudas aclaradas por Thomas Boston (2020, pg. 8).

Puedes descargarlo en: https://www.chapellibrary.org/book/airas/soy-realmente-un-cristiano?srsltid=AfmBOorFfq9rZavTkGrm6M_-CC6Og6QQFn3C67-BO9w_cuwWlBpHdd4n

Visita el Blog https://blogcristoesfiel.wordpress.com/

Compartir Página

Facebook
Twitter
WhatsApp