EN AGUAS PROFUNDAS SIN SABER NADAR

En aguas profundas sin saber nadar

Tenía menos de 10 años. Estaba de vacaciones de verano y mis padres decidieron enviarme a un campamento diurno. Todos los días íbamos a la piscina. Recuerdo que era grande, quizás de tamaño olímpico. Sé que era profunda porque tenía plataformas para tirarse de clavado.

Decir que sé nadar es lo mismo que decir que el libro de Hechos tiene 29 capítulos. Es simplemente inexistente. No sé por qué nunca aprendí, pero el hecho de que en varias ocasiones casi pierdo la vida ahogado, no ayudó a la causa. Eso solo me llenó más de temor de entrar al agua.

Bien, en ese campamento nos colocaban unos flotadores, pero lo que no sabía era que los únicos que podían entrar al lado profundo de la piscina eran los chicos que previamente habían pasado un examen de natación. Me tiré de cabeza y pude entonces dimensionar la profundidad de aquella piscina. A no ser por el flotador, hubiera pasado un susto bastante grande.

La lección era evidente: Antes de entrar en aguas profundas debía dar los primeros pasos aprendiendo a nadar.

En nuestro caminar cristiano muchas veces nos sucede lo mismo: Queremos crecer y madurar rápidamente sin antes permitir que Dios obre en nosotros, terminando en frustraciones y tropiezos que son el resultado de esfuerzos humanos disfrazados de espiritualidad.

Luego empezamos a hacer muchas actividades con el convencimiento de que esas cosas nos ayudarán a crecer y madurar. Y aunque pueden ser cosas valiosas y deben hacerse para la gloria de Cristo, no deberían reemplazar una comunión íntima, profunda, privada y constante con el Señor. Mientras desarrollamos esa disciplina de oración y estudio de Su Palabra, el Espíritu Santo nos santifica. Pero es importante entender que esta santificación es un proceso paulatino, forjado a través del tiempo y mediante una amplia gama de experiencias, sean buenas o malas. Y aunque no nos guste hablar mucho del tema, las pruebas son un medio de gracia en la que podemos profundizar en nuestra comunión con el Señor, como las aguas profundas…

Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte. Santiago 1:1-4 (NBLA)

Santiago, inspirado por el Espíritu, nos enseña algo que va en contra de nuestra naturaleza: Gozarnos en medio de las pruebas. No queremos pasar por pruebas en lo absoluto, ¡y mucho menos tener sumo gozo en ellas! Pero son precisamente las dificultades las que forjan nuestro carácter y nos ayudan a depender de Él.

Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza. Y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado. Romanos 5:3-5 (NBLA)

¿No te ha pasado que al superar una tribulación por la gracia de Dios te sientes más fortalecido en tu fe, con paz y una mayor confianza, al vivir de primera mano la fidelidad del Señor? Pongo esto para tu consideración: Solo es a través de las pruebas donde podemos crecer espiritualmente, pues es en las tribulaciones donde Dios obra en lo que no podemos controlar y finalmente Él se lleva toda la gloria. Así es que no te pongas cómodo. A la vuelta de la esquina quizás te esté esperando otro problema más agudo, sin embargo, Jesús dice:

Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas, pero anímense, porque yo he vencido al mundo. Juan 16:33 (NTV)

¡Qué maravillosa promesa de nuestro Señor! Amados, si eres cristiano, el Señor ha empezado una obra en ti y no la terminará hasta que la complete (Fil. 1:6). Lo que sucede es que muchas veces no sabemos cuáles van a ser los procesos por medio de los cuales Dios obrará en nosotros. En ocasiones, podemos sentir que dichos procesos no son placenteros, pero el Señor está trabajando todo para nuestro bien (Rom. 8:28).

Las pruebas en nuestra vida cristiana son inevitables y, a menudo, desafiantes. Sin embargo, en lugar de temerles o resistirlas, debemos abrazarlas como oportunidades para crecer en nuestra fe y dependencia de Dios. Así como el temor al agua se supera aprendiendo a nadar, nuestras pruebas espirituales nos impulsan a una comunión más profunda con Dios y nos moldean para ser más como Cristo. Santiago y Pablo nos enseñan que en medio de las dificultades encontramos una causa para alegrarnos, porque son instrumentos en manos de un Dios amoroso que obra todo para nuestro bien y su gloria. Por lo tanto, en lugar de resistir las pruebas, aprendamos a confiar en el Señor en medio de ellas, sabiendo que Él es fiel y que su gracia nos sostendrá a lo largo de todo el camino.

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