UNA PREGUNTA EN EL TIEMPO

Una pregunta en el tiempo

Siempre me han fascinado las películas y series que utilizan los viajes en el tiempo como recurso narrativo. Sin embargo, cuando reflexiono demasiado sobre ello, me enredo en las contradicciones que surgen de esas historias fantásticas. Aun así, es un ejercicio interesante adentrarse en la imaginación y jugar un poco con el tiempo.

Por un momento, quisiera que viajemos juntos en el tiempo. Retrocedamos unos 2000 años, cuando Jesucristo caminaba en este mundo. Después de haber sido testigo de Su poder, de haber visto con tus propios ojos Sus milagros y prodigios, las asombrosas y poderosas sanaciones, la resurrección de los muertos y la liberación de los demonios, un día Jesús se acerca a ti temprano en la mañana, poniendo Su mano sobre tu hombro.

Levantas la mirada para ver el rostro del Maestro, y sus ojos rebosantes de un amor inmenso por un pecador miserable ven lo más profundo de tu corazón.

“Hijo mío, ¿qué deseas saber?”.

¿¡Cómo responder a una pregunta de tal magnitud!? El Rey del universo, Dios encarnado, Poseedor de toda sabiduría y conocimiento ofrece a una de sus criaturas la oportunidad de hacerle cualquier pregunta. ¿Qué le preguntarías?

“Señor, revélame los secretos del Universo… Jesús, ¿dónde está el Arca del Pacto? ¿Tuvo Adán ombligo? …”.

Estas y otras preguntas similares podrían ser las que saldrían de mi boca, pero en Lucas 11:1 leemos que uno de los discípulos le pide al Señor algo particular.

Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar… (RV60)

¿Enséñanos a orar? Aquí están estos discípulos, testigos oculares del poder del Dios vivo, íntimamente relacionados al Maestro y con la oportunidad de pedir cualquier cosa…y lo que este seguidor de Cristo pide al Rey de reyes y Señor de señores es… enséñanos a orar.

Los discípulos notaron que la vida de Jesús tenía una actividad especial, algo que los evangelios nos indican que hacía a menudo, con intencionalidad y disciplina: Estar apartado para orar a Su Padre celestial. Los discípulos entendieron que esto era un factor fundamental en la vida de nuestro Señor, una actividad imprescindible en Su caminar terrenal y una muestra clara de Su dependencia del Padre.

Pero más allá de esto, me atrevo a decir que Jesús se apartaba por el amor que le tenía al Padre, algo que no podríamos entender de este lado de la eternidad. Vivió una perfecta obediencia e ilustró lo que realmente es vivir una vida de piedad.

Si para Cristo fue importante tener tiempos de intimidad de oración a solas con Dios, cuánto más para nosotros que anhelamos crecer en santidad, pues esta es la voluntad de Dios para con nosotros (1 Tes. 4:3).

Muchos factores han contribuido al detrimento de la oración privada de los creyentes, incluyendo distracciones, afanes, entretenimientos, preocupaciones, trabajo, e incluso la misma familia e iglesia. Hemos olvidado que la intimidad a solas con Dios es nuestra vida misma, nuestro sostén que, junto a Su Palabra, nos mantiene en el camino de la santidad.

En Mateo 6, Jesús está enseñando sobre la oración y el ayuno, y debo confesar que el versículo 6 atraviesa mi corazón, no solo porque Cristo nos da una instrucción, sino porque en Sus palabras se escucha una invitación que sigue vigente para todos:

Pero tú, cuando ores, apártate a solas, cierra la puerta detrás de ti y ora a tu Padre en privado. Entonces, tu Padre, quien todo lo ve, te recompensará. (NTV)

¡Qué maravilloso privilegio tenemos! Ahora podemos entrar confiadamente, pues Cristo ha ganado para nosotros esta preciosa intimidad con el Padre. ¿Acaso lo tenemos por menos en nuestras vidas? ¿Se ha convertido en algo trivial? ¿Nos cuesta orar? Si es así en tu vida, es necesario examinar el corazón. A veces nos preguntamos por qué estamos pasando por una situación adversa o tenemos inestabilidades en nuestro interior. A menudo y al examinarnos detenidamente, detectamos que nuestra vida de oración no es lo que debería ser.

Las palabras de Jesús indican un imperativo, … Cuando ores, no … si oras o… Cuando te acuerdes. Es necesario ser intencionales en nuestra devoción. Lo cierto es que no es natural el deseo de orar, puesto que nuestra carne se opone, pero aún esto se puede convertir en una motivación para orar. El Señor te conoce mejor de lo que tú te conoces y todo lo podemos expresar delante de Él con libre transparencia.

Tampoco debe motivarnos la obligación religiosa al decir, “ahora que soy cristiano, me toca orar…”. Es Su amor indescriptible y eterno lo que debe movernos a decir, “Señor, no puedo esperar estar contigo a solas, pues eres el amor de mi vida y todo lo deseo rendir a ti”.

Y luego: Entonces, tu Padre, quien todo lo ve, te recompensará. Amados, estoy convencido de que dicha recompensa es estar en la misma presencia de Dios en oración. ¿¡Qué más podemos pedir!? El Dios infinito, Creador del universo, Hacedor de la vida y Salvador del mundo podría estar ocupado haciendo otras cosas, pero saber que tu Padre, quien todo lo ve está ahí contigo en ese lugar a solas, inclinando Su oído para escucharte es más que recompensa, es el mayor de los tesoros. Amados, no necesitamos viajar en el tiempo para realizarle preguntas a Jesús. Para eso debes tener un lugar secreto, donde una vez hayas entrado y cerrado la puerta, puedas derramar tu corazón ante Aquél que te ama tan profundamente. No dejes de lado la oración. Que no se convierta en algo ocasional. Recuerda el gran privilegio, el velo se rasgó y ahora podemos entrar con confianza ante Su Presencia (He. 9:19 – 22).

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