Hay un evangelio que está siendo predicado en los púlpitos y las calles, que aparenta ser el evangelio verdadero, pero no lo es en absoluto, tal como en los tiempos en que Pablo escribió la carta a los gálatas (Gálatas 1:7)
Tal vez no sea tan descaradamente diabólico como el evangelio de la prosperidad, tan rígido como el evangelio del legalismo o tan abominable como el de la gracia barata, pero al igual que estos falsos evangelios, este se ha apartado del verdadero propósito de salvación. Este evangelio es el de los cambios de conducta, el cual también debe desecharse por completo, con una actitud similar a la expresada por Pablo a los gálatas con el evangelio basado en el cumplimiento de la ley (Gálatas 1:8-9)
Este es el tipo de evangelio que predica: «Si eres drogadicto, ven a Cristo y él te sacará de ese vicio», o, «¿Eres alcohólico? Cristo hará que no seas más un borracho»… No suena tan mal, ¿cierto? Estamos ofreciéndole un favor de superación a alguien necesitado, estamos aportando a la restauración de una familia afectada por el vicio de alguno de sus miembros, y estamos contribuyendo a que la sociedad de hoy en día mejore.
Bueno, el punto es que muchas de estas personas que vienen a Cristo con esta expectativa terminan volviendo a sus malos caminos o cayendo en vicios mayores; incluso, estas personas caen espiritualmente en un estado peor que el anterior, y esta vez porque ahora creen que Cristo no pudo rescatarlos de su incurable condición.
El problema con este evangelio prometedor es que apunta hacia las consecuencias del pecado, ofrece cómo erradicar el mal hábito o el vicio que los tiene atados, pero no se dirige en absoluto al pecado del hombre en realidad. Las personas que son atraídas con este mensaje de «Cristo te cambia» llegan a considerarse víctimas del abuso, del maltrato, o de sus lamentables situaciones, pero nunca dejan de pensar que son buenas personas; no saben que merecen la ira del Santo y Justo Creador, y que, si no se arrepienten, tendrán un grave problema con Dios en el día del juicio venidero (Romanos 2:16).
Cualquier clase de predicación del evangelio que no señale al ser humano su grave problema delante de Dios, es decir, el pecado, y su necesidad urgente de un Salvador (Romanos 3:23-24), falla en el blanco ¡porque no los rescata de su verdadera perdición!
Este evangelio de los cambios de conducta es inútil y discriminatorio porque da la impresión de que solo los que viven abiertamente en pecado son aptos para venir al Señor. Pero la realidad es que hay mucha gente impía, que por no tener vidas escandalosas o por sentirse libres de la presión de los estándares morales del mundo, sienten que no necesitan a Dios.
Es por esto que necesitamos volver a las Escrituras para entender cuál es el verdadero Evangelio que debemos predicar. Ese sublime evangelio que tiene el poder para rescatar las almas perdidas y transformarlas por completo para la gloria de Dios, aquel evangelio cuyo objetivo es tocar la herida orgullosa del pecado del hombre y traer la medicina de la gracia de Dios en el Cristo crucificado.
En las próximas semanas estaremos profundizando en este verdadero Evangelio, para que unidos, podamos experimentar la pasión y convicción de Pablo cuando escribió en su carta a los Romanos: