Tal vez te resulte predecible este título, algo que de seguro ya has escuchado en otras partes, pero en ningún momento es algo que deberíamos darle poca importancia, por eso, lo repetiré una vez más: todos somos consejeros ¡pero no todos somos buenos consejeros!
Te preguntarás ¿en serio esto es cierto? Bueno, hagamos un recuento en tu mente de lo que has vivido la última semana, y recuerda todas las veces en que fuiste aconsejado por alguien, ya sea, por alguno de tus padres, tíos, hermanos, primos, amigos, hermanos en Cristo, pastor, profesor, compañero de trabajo, jefe, cónyuge o incluso, por tus hijos. Si no estás convencido aún, hagamos el mismo ejercicio y trata de recordar todas las veces que aconsejaste a alguien. ¿Te diste cuenta? Normalmente estamos aconsejando o siendo aconsejados, pero ¡no todos somos buenos consejeros! ¿Por qué esto es así? Trataré de exponerlo brevemente en estas dos razones:
Dios nos creó para ser guiados.
Dios hizo al ser humano como criaturas finitas y dependientes, con capacidades maravillosas, pero con la necesidad de ser guiados por Él para entender su propia identidad y el propósito de sus vidas. En el relato de Génesis 2, es Dios quien dirige al hombre a través de mandatos y advertencias, y es porque venimos a este mundo por la voluntad de Dios para vivir para Sus propósitos bajo las normas que Él estableció. ¡No para que nosotros descubramos nuestra identidad y propósito por nosotros mismos! Cuando el ser humano ignoró la guía de Dios, fue entonces cuando todo lo creado fue manchado por la corrupción, el pecado y la muerte.
Estamos entenebrecidos por nuestro pecado.
Por la caída del hombre, la humanidad ha sido crónicamente afectada. Muchas cosas ocurrieron con la caída del hombre en el Edén, pero para nuestro punto, vale la pena mencionar que nuestra condición ahora es de:
- Ceguera (2 Co. 4:4)
- Entenebrecidos (Ro. 1:21)
- Necedad (Ro. 1:22)
- Vanidad (Ef. 4:17)
- Insensibilidad (Ef. 4:19)
- Prontos a la maldad (Ro. 3:15)
- Desconocimiento de la paz verdadera (Ro. 3: 17)
Dado nuestro estado actual, es comprensible que muchos de los consejos que escuchamos o brindamos sean de calidad dudosa. Al estar influenciados por nuestro pecado, no siempre expresamos algo positivo con nuestras palabras.
Cristo y la iglesia.
Afortunadamente, sabemos que la historia no termina allí. A lo largo de toda la Escritura, el plan de Dios se revela, y en Cristo hay salvación y redención eterna para el hombre, como muy bien lo dice el prólogo del evangelio de Juan:
En Él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres.
(Juan 1:4 NBLA)
En Cristo está la luz que necesitamos y la vida que tanto anhelamos está en Él, Cristo mora en su iglesia (Col. 1:27; Jn. 14:23), y ahora, a la iglesia se le ha dado el privilegio y el deber de ministrarnos unos a otros con Su Palabra a través del aconsejarnos unos a otros en formas formales e informales, en el salón de reunión y en los pasillos, en los espacios de comunión y en la calle (Col. 3:16; He. 10:24 -25, Jud. 20, etc.) Dios sigue guiándonos y lo hace por medio de Su iglesia a través de Su bendita Palabra. La iglesia es entonces el diseño de Dios para que nos aconsejemos de muchas maneras y así todos crezcamos, hablándonos mutuamente la verdad en amor con el fin de llegar a la estatura de Cristo (Ef. 4:15).
Pero no vayamos tan rápido, esto no quiere decir que todo miembro de la iglesia es un buen consejero, porque debemos entender que hay personas que pueden ser salvas, pero son muy inmaduras. No saben aplicar las verdades bíblicas, todavía piensan en cosas terrenales y son impulsadas a aconsejar no para la gloria de Cristo, sino por otros deseos egoístas.
Una lección del pasado
El libro de Job es fantástico. Al leerlo es imposible no ser conmovido por los personajes, la trama y el desenlace de esta historia. Es un libro cargado de profundas lecciones para el pueblo de Dios, pero tal vez una de las lecciones más importantes es ver cómo una teología imprecisa o defectuosa puede hacer más daño a alguien que sufre. Los amigos de Job tenían (tal vez) una buena intención en muchos de sus discursos, utilizaban verdades bíblicas que nosotros afirmaríamos con un ¡amén!, pero sus palabras estaban muy mezcladas con imprecisión y falta de sentido, en vez de ayudar a Job en su duelo, Job gritó muchas veces “¡Ya basta, dejen de afligirme tanto!”(Job 19: 1-3).
Estoy seguro que no quieres ser impreciso cuando aconsejas y que has vivido muchas experiencias desagradables en las que has sido mal aconsejado. Sin embargo, damos gracias a Dios, en que Sus misericordias se renuevan cada mañana y hoy tenemos muchos recursos para crecer en el área de la consejería.
Como seminario, nuestro objetivo es servir al cuerpo de Cristo para que puedan recibir gratuitamente lo que nosotros hemos recibido por gracia. A través de este breve blog, te invitamos a formar parte del curso de Consejería bíblica que tenemos disponible en este momento.
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