Me encanta la aventura. Cuando era niño, eso era lo que me hacía sentir vivo. Inspirado por muchas caricaturas, libros y novelas, no encontraba mayor placer que salir de mi casa y emprender algún viaje o paseo con amigos en busca de nuevas experiencias. Es tanto así que en tan solo un año, escribí seis historias que hablaban mucho de mis propias anécdotas en un lenguaje de metáforas. ¿Será que esto me pasa solo a mí? No puedo ignorar que esto también le sucede a muchos, empezando porque siempre estuve acompañado de personas y amigos que sentían lo mismo en estas aventuras y porque hoy en día hay, en medio de una cultura permeada por Instagram y TikTok, muchas personas que piensan que viajar, conocer el mundo y visitar muchos lugares es el fin último de nuestras vidas.
La pregunta es ¿Hay algo entonces que todos estamos buscando? ¿Habrá un momento, lugar o persona que saciará por completo ese deseo eterno insatisfecho?
Un hambre eterna
La Biblia nos presenta que el ser humano padece un hambre insaciable (Prov. 27:20; Ecl. 1:8) Nuestras almas parecen estar en la búsqueda de algo que les complete, pero la Biblia y la experiencia confirman que nada de lo que consigamos en este mundo (bajo el sol) logrará darnos aquella satisfacción. Miremos lo que dice la Palabra sobre algunas cosas que nos prometen plenitud, pero que jamás lo logran cumplir:
- El dinero (Ecl. 5:10)
- La búsqueda del placer (Ecl. 2:10 – 11)
- Conocer nuevas películas, series, novelas… (Ecl. 1:10)
- El mucho conocimiento (Ecl. 1:16 – 18)
- El tener muchas posesiones (Lc. 12:15)
- El leer muchos libros (Ecl. 12:12)
- Estar rodeado de muchas personas (Sal. 62:9)… etc.
A todo esto, la Biblia cruda y sinceramente dice que ¡Jamás podrá saciarnos en verdad! De hecho, la Biblia emplea una palabra para aquello que no logra este propósito en nuestras vidas, y es vanidad ¡Todo es vanidad! (Ecl. 1:2) Sin embargo, hay partes en las que la Escritura habla de que si es posible que el hombre experimente la saciedad que tanto adolece, nos habla de un lugar donde encontramos plenitud y abundancia, y este lugar está en la presencia de Dios, cómo lo dice el salmista:
Su presencia
Todo el universo nos apunta a una realidad superior a él mismo. Todo su complejo y organizado diseño solo señalan a una fuente inagotable de vida y satisfacción. Todo lo que existe es para que de alguna u otra manera, así sea a tientas, nos encontremos con la presencia de lo divino (Hch. 17:26 – 27) Él es el que inunda cada rincón del cosmos (Hch. 17:28) Él es el único que puede saciar el interminable deseo que hay en nuestras almas por identidad, propósito y significado, como una vez dijo Agustín de Hipona:
«Nos hiciste, Señor, para Ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti»[1]
Pero, la pregunta es ¿Cómo puedo encontrarlo? ¿De qué manera puedo disfrutar de Su presencia cómo dice la Biblia y hallar la plenitud de gozo que tanto anhela mí alma? La respuesta a estas preguntas es muy sencilla, Jesucristo.
Cristo es el camino.
Dios se ha revelado así mismo por medio de Su hijo Jesucristo (Jn. 1:18) Al creer en Él y tener comunión con Él, Jesús promete darnos de eso que tanto buscamos y saciarnos para siempre (Jn. 6:35; Jn. 7:38) Él utiliza metáforas en Su Nombre y persona para que podamos entender que Él es la fuente de plenitud y gozo que profundamente anhelamos, Él nos ofrece esto porque posee todos los atributos de la divinidad (He. 1:3) De hecho, Él es Dios mismo (Jn. 1: 1). Nuestros corazones fueron creados para disfrutar una profunda y eterna amistad con el único Dios verdadero, y Jesús es el camino por medio del cual podemos experimentarlo.
Cuando vine a Cristo, por fin mi ansioso corazón descansó, ahora me sigue gustando la aventura y conocer muchos lugares, pero ya no como poniendo mi esperanza de plenitud en estas cosas o haciendo de ellas el fin de mi vida, porque ya sé que me dejarán insatisfecho o incluso más hambriento que antes, sino que ahora coloco toda mi pasión y entrega en conocer a Cristo y ser hallado en Él (Fil. 3:9) Nada en este mundo y ninguna experiencia que podamos experimentar en esta tierra se compara con el incalculable valor de conocer a Cristo (Fil. 3:8).
Y ahora tú que me lees ¿Dónde estás poniendo tu esperanza de plenitud? ¿Qué es aquello a lo que le estás depositando toda la pasión y la entrega de tu vida? Fuera de Cristo, solo habrá un árido desierto insuficiente para tu necesidad, pero en Dios está el manantial de vida que saciará tu sed (Sal. 36:9) ¡Ven a Cristo!
[1] San Agustín,(s.f). Confesiones, I, 1.